Hoy, ya pocos docentes se encuentran sin alfabetizar tecnológicamente. Tras varios  años de planes de formación en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), hemos conseguido que la gran mayoría tenga asumidos los conocimientos básicos necesarios para comenzar a utilizar un ordenador y comunicarse con él. Ya se sabe encender y apagar un ordenador, manejar un ratón, navegar por Internet… Al fin, los casos excepcionales son los de quienes no han adquirido estas destrezas. Cada vez son más quienes saben utilizar aplicaciones generalistas, ofimáticas… e incluso específicas para la educación.

Sin embargo, para lograr un objetivo tan elemental como es el de establecer las bases mínimas para el trabajo con el ordenador, se ha invertido una excesiva cantidad de recursos económicos, materiales, tiempos, esfuerzos… Una gran mayoría tiene conocimientos tan bajos, que se reducen a manejar funcionalidades básicas de un procesador de textos y a navegar muy pobremente por Internet. Además, poseen grandes lagunas que impiden un correcto desarrollo a futuro. La formación en TIC se encuentra en entredicho por su baja efectividad. Y ésta no viene dada por la calidad de los ponentes de esos cursos, o que los contenidos de los planes formativos estén mal seleccionados y diseñados, ni tan siquiera por una habitual situación en este tipo de cursos, como es la excesiva heterogeneidad en cuanto a conocimientos previos de los participantes. Tampoco se debe a la motivación o sensibilización de los destinatarios de la formación ante el uso de las TIC para su profesión docente. La principal razón es que estos contenidos requieren de una práctica tutelada sobre la experiencia posterior al curso, que habitualmente es inexistente. Los cursos son eminentemente prácticos, como no podría ser de otra manera cuando se intenta enseñar un funcionamiento técnico, incluso ya no se concluye únicamente en el aprendizaje técnico del funcionamiento de las aplicaciones (como en sus inicios se llegó erróneamente a hacer de manera muy extendida), si no que se forma en métodos de aplicación al aula, estrategias didácticas de carácter participativo, activo, basado en la práctica e investigación del discente.

El gran problema, es que tras la impartición del curso, ahí acaba todo. Y debemos ser conscientes de que la tecnología aún queda muy lejos del profesorado. Por un curso de unas pocas horas, ni se hace un experto en tecnología, ni se siente autónomo o ágil en su uso. El docente necesita que tras el proceso formativo, alguien le ayude a generar materiales, a integrar lo aprendido en su programación de aula. Alguien que le asesore para solucionar las lógicas dudas que surgen cuando trata de desarrollar los conocimientos adquiridos para transformarlos en una realidad. Alguien que incluso tras generar los recursos e incluirlos en el currículo (que no es poco), le preste su apoyo a la hora de dar ese gran paso de lanzarse a proponer al alumnado a aprender mediante las TIC. Los habituales inconvenientes que tienen las TIC (imprevistos de funcionamiento, problemas técnicos, etc.) se convierten en un escollo insalvable para quien tiene unos conocimientos muy justos. ¿Quién se atreve a utilizar un recurso que conoce muy poco y que genera tantos imprevistos sin una asistencia mínima?

Tradicionalmente, la pedagogía ha considerado al profesorado como un recurso didáctico más, como también lo son los recursos materiales o los recursos funcionales, pero en pocas ocasiones el profesorado es beneficia del conocimiento de otros compañeros como soporte para el desarrollo de su trabajo. Pues bien, ésta es una ocasión única para ponerse a ello. Una muy recomendable solución es la creación de una comisión de seguimiento de la puesta en práctica de los contenidos tratados en un curso. Un grupo de expertos que apoye el trabajo del profesorado, que haga que se sienta arropado, que le solucione dudas e incluso le recomiende estrategias y fórmulas de actuación. El objetivo es que cada docente logre una experiencia de éxito. En cuanto consiga esto, perderá progresivamente el lógico miedo a enfrentarse a esa gran desconocida llamada tecnología y poco a poco la irá integrando en su profesión.

No obstante, las entidades formadoras, no pueden quedarse de brazos cruzados recomendando la participación del profesorado. Ellas también pueden establecer procedimientos que permitan un adecuado seguimiento del curso. Es lo que podemos denominar “formación sostenida”. Sostenida en el tiempo, porque pueden reservarse espacios y momentos en los que el ponente vuelva el centro educativo a supervisar los progresos y a asesorar cómo mejorarlos, puede proponer al colegio estrategias de seguimiento y tutela en las cuales también puede participar. Puede proponer pequeñas píldoras formativas con contenidos muy concretos, pero con métodos de tutela compartida que garanticen que lo aprendido se lleva al aula y se hace bien.

Desde el proyecto educ@mos, hemos organizado ya varias experiencias de éxito en las que unos pocos profesores del centro (por ejemplo dos por cada etapa) y con conocimientos en TIC superiores a la media del colegio, no solamente tutelan, sino que incluso ejercen de docentes de sus compañeros, viéndose así la formación beneficiada en varios aspectos:

• Se incrementa el nivel de profundización en la materia, al controlar la heterogeneidad de conocimientos previos en TIC
• El curso es adaptado por los formadores del propio centro a la realidad del mismo, a sus verdaderas necesidades, e incluso a cada destinatario, ya que por tratarse de sus compañeros, les conocen perfectamente y saben qué les interesa, cómo motivarles, qué ejemplos son más válidos y útiles, qué propuestas de uso son más cercanas, etc.
• Tras la finalización del curso, los destinatarios de la formación tienen la posibilidad de resolver dudas, ya que sus formadores comparten espacios y tiempos, les tienen ahí todos los días y son sus compañeros.
• Con acciones así, generamos líderes en TIC que se establecen como punto de referencia ante sus compañeros y podrían dinamizarles en un futuro hacia la utilización didáctica de las TIC. Esto es muy importante cuando sabemos que la incorporación de las TIC en el centro escolar no se reduce a la incorporación de equipos, sino que se convierte en un cambio cultural y metodológico, con las dificultades que ello comporta.
• La motivación, aceptación y credibilidad del curso aumenta en muchos casos cuando lo imparte un compañero, por lo que la formación será percibida como de mayor calidad por parte de los destinatarios, será más efectiva, más aplicada, etc.
• Se hace factible impartir varios cursos a la vez y en los horarios más cómodos para centro y destinatarios, puesto que coinciden con los de los formadores. De otra manera, contando con formadores externos, se debe contar con sus horarios y disponibilidad para consensuar horarios y fechas, que difícilmente contentan al claustro.

Desde esta experiencia de éxito, la organización general propuesta consiste en una primera intervención del ponente de la entidad formadora de pocas horas a ese profesorado del centro con nivel TIC por encima de la media (y que puede reducirse por ejemplo a 2 por etapa). Con posterioridad, esos expertos en TIC se encargan de impartir ese mismo curso a sus compañeros de etapa. La duración puede llegar a ser del doble debido a que el número de destinatarios y conocimientos mínimos reducirá el ritmo. El curso ha de plantearse con el compromiso por parte de los asistentes, de desarrollar una tarea concreta consistente en la preparación y experimentación con su alumnado de su propio material de aula. En el proceso autónomo de elaboración de ese material, les surgirán dudas, que podrán ser resueltas durante un periodo de un par de semanas por sus compañeros expertos. Pasado ese tiempo, volverá el ponente de la entidad formadora al centro, para coordinar una puesta en común con todo el claustro donde se podrán exponer algunos trabajos y solucionar dudas de carácter general. Se observa bien en el siguiente gráfico que explica nuestra experiencia sobre un ejemplo de aprendizaje de aplicación práctica del uso de la pizarra digital:

formaciontic

De tal manera, que se ha generado un ciclo en el que la praxis docente se retroalimenta de la experiencia y de las aportaciones de los destinatarios, docentes de la entidad formadora y expertos surgidos del propio centro escolar. Se generan dinámicas de trabajo autónomo y colaborativo entre el profesorado del centro con todo lo positivo que ello conlleva y no únicamente en cuanto a resultados metodológicos o académicos, si no del ambiente y equipo. Por ejemplo la creación de comunidades de aprendizaje que aprendan a aprender en torno a las TIC.

Se trata solamente de un ejemplo de formación y apoyo cercano y constante que hemos denominado “formación sostenida”, pero podríamos considerar como tal, toda aquella que implique un seguimiento, una tutela, un apoyo a lo largo del tiempo, que implique que el curso no acabe con la finalización de una ponencia puntual, y que algún agente interviniente asista la planificación y la aplicación práctica.

Si el profesorado se encuentra arropado, se encontrará seguro, y si se siente seguro, se atreverá a dar el “salto tecnológico”, porque sabrá que en caso de peligro, tiene una “cuerda” que le sujeta, un compañero que le asistirá.

 

Rodrigo Ferrer García
Director Pedagógico de Educ@mos

30 de Junio de 2009