Desde la revolución industrial, el trabajo ha ido evolucionando de manera que las tareas de carácter más mecánico las ha ido asumiendo la tecnología, dejando a las personas la responsabilidad de desarrollar labores que implican toma de decisiones y valoración. La solución de este tipo de problemas requiere, por encima de cualquier otra capacidad, creatividad. Hemos llegado a la palabra clave: creatividad.

El mundo laboral demanda trabajadores capaces de resolver problemas y situaciones alternativas a las esperadas, porque esas ya las saben solucionar las máquinas. Así pues, la mayor parte del trabajo se desempeña en un entorno inestable al que se debe dar respuesta utilizando la capacidad creativa.

Por otra parte, la incorporación de las TIC en todos los órdenes sociales, obliga a los individuos a responder también de manera creativa, pues solamente utilizando esta habilidad, se será capaz de manejarse en un entorno tan cambiante y que permite que cada nueva herramienta pueda aplicarse a diferentes entornos y con diversos objetivos.

Esto es lo que la sociedad demanda a la educación. Y ahora miremos hacia nuestras aulas. ¿Cómo son? ¿Promueven el pensamiento divergente? ¿Establecen momentos y espacios para crear? ¿Se permite al profesorado ser creativo en la preparación y realización de sus clases? ¡Casi nunca!

Lamentablemente, la realidad educativa dista mucho de lo que va a necesitar el alumno para desenvolverse en la vida y en el trabajo. Les enseñamos a memorizar en lugar de enseñar a encontrar, o «aprender a aprender». Les adiestramos en determinados problemas de carácter repetitivo en lugar de en la resolución de problemas de mayor indefinición, que les prepararían para entornos cambiantes. Trabajan individualmente la mayor parte del tiempo, cuando hoy impera el trabajo grupal y la colaboración. Reservamos momentos para el estudio y su evaluación, pero no para la reflexión y la formulación de nuevas hipótesis.

¿Y todo esto por qué? Por la evaluación que exigen las leyes de educación. Más concretamente, por la Prueba de Acceso a la Universidad. Al final, no nos engañemos, el colegio necesita mirar a los números y éstos le dictan que debe mejorar los datos de fracaso escolar, subir en los resultados de los informes PISA, mejorar la posición en la evaluación de su Comunidad Autónoma y aumentar el porcentaje de aprobados en el PAU. Y todas estas evaluaciones miden por encima de todo la capacidad memorística y sobre todo, de las materias instrumentales. Respuesta del educador: «déjate de milongas creativas y a hincar codos, que es como se va a valorar mi labor docente».

Al final hemos llegado donde finaliza toda disquisición filosófica sobre la educación: «debe cambiar el sistema educativo». ¡No, por favor, más cambios no! dirán algunos y con razón. En cualquier caso, es algo que al docente poco atañe, porque si cambia el sistema educativo y cómo lo haga, no depende directamente de él.

Llegados a este punto de «no retorno», tenemos dos alternativas: el inmovilismo, o la acción.

No es reprochable el inmovilismo dadas las circunstancias: una situación establecida por agentes externos al profesorado y que le es imposible modificar desde la posición en la que se encuentra. ¿Cómo pasar entonces a la acción? ¿Es posible generar entornos creativos, promover la creatividad sin restarle tiempo a la preparación que la evaluación establecida (que poco de evaluación tiene y mucho de medida, censura y selección) pide? Pues ahora la respuesta es un rotundo sí. Y a lograrlo, nos ayudan las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).

Si aplicamos las TIC a la educación de manera adecuada, lograremos que nuestro alumnado aprenda contenidos, sí; memorice, sí; pero el proceso para llegar a ese punto, lo puede haber seguido utilizando una WebQuest, por ejemplo, en la que ha tenido que buscar información, reelaborarla y dar una respuesta alternativa. Puede haber publicado un Blog producto del trabajo del tema en cuestión con un grupo de iguales. Puede haber indagado en la red para la resolución de un problema en lugar de aplicar una fórmula, de manera que el aprendizaje habrá sido más significativo y por tanto lo habrá retenido mejor en la memoria. El profesor puede haber utilizado una representación en Flash o un video de un contenido de difícil explicación, de manera que sus alumnos lo comprenderán mejor y más rápido, etc. Habrá conseguido dar respuesta a las demandas sociales, entrenando al alumnado en capacidades necesarias para su desarrollo profesional, a la par que consiguen los resultados académicamente esperados.

Es decir, que la correcta aplicación de las TIC en la educación, colabora en la generación de espacios creativos, permite actividades que dependen de la creatividad más que de cualquier otra habilidad, pero además consiguen acercar los contenidos al alumnado y por tanto enfrentarse a la citada realidad evaluadora. Y no podemos aferrarnos al alto coste de las herramientas o al desconocimiento técnico. En primer lugar, porque existe equipamiento para todos los bolsillos y la formación del profesorado hoy es fácil encontrarla gratuita. En segundo lugar, porque tenemos el ejemplo de países en vías de desarrollo o incluso subdesarrollados, en los que se está utilizando más y mejor la tecnología en la educación que en España.

¿Y cómo? Pues volvemos a lo mismo: gracias a la aplicación de la capacidad creativa, que permite explotar al máximo los pocos recursos existentes. No son necesarias grandes inversiones, solamente se necesita cierta concienciación en cuanto a la necesidad de utilizar las TIC de manera creativa y la orientación hacia el desarrollo de la creatividad en el discente. Si verdaderamente creemos que la creatividad es clave para el futuro de nuestro alumnado, no nos queda más que trabajar en ello.

 

Dr. Rodrigo Ferrer García
Director Pedagógico, EDUC@MOS

5 de Mayo de 2010